
El tomo un bus una mañana de martes, luego de almorzar y ponerse la mejor de las colonias. Por un día que faltara a trabajar nadie se iba a morir. Iba en uno de esos buses viejos, un Blue Bird azul, que lo tendría en una hora y unos pocos minutos fuera de San José, al lugar a donde lo llevaba el deseo con un suspiro contenido en la boca y un latido irregular en el corazón.
“Jueputa bus más caliente, ojalá no me sude mucho”, pensó.
Después de un poco más de lo planeado en llegar (el tiempo se distorciona cuando algo bueno se espera con muchas ansias), llego a San Ramón cerca de la hora del café, bajó del bus deseándole al chofer que los santos lo acompañaran, y no recién puesto el primero de sus zapatos en el suelo Ramonense, vió como ella se acercaba con una sonrisa como de vergüenza y amor en su rostro, mirándo a los lados, y aparentemente nerviosa, hasta que le tomó sus mano y le devolvió a la realidad
“mi vida, tardaste bastante...”
“ah, sí, es que el bus duró una eternidad”
“al menos estas acá para tomar café conmigo...”
“si usted pone el café, podemos pasar a comprar pan ..”
Y entre sonrisas y vistazos de reojo, y un par de temas en una conversación que en nada tenía que ver con lo que sus corazones deseaban, atravezaron el parque tratando de disimular, sin tomarse siquiera de la mano, sin decirse cuanto se necesitaban, pues lo prohibido es juzgado y muchas miradas los seguían mientras avanzaban
Que par de tontos! Si el amor y el deseo nunca se pueden disimular!
“Acá vivo yo”, le dijo mientras le abría el portón de una casita pequeña, con un corredor de lozas rojas que denotaban haber sido enceradas ese mismo día. Sobre las verjas colgaban helechos, plantas delicadamente cuidadas, un par de calcomanías que decian algo así como “somos católicos, no insista”, y en la entrada, casi tocando una cruz hecha con hojas secas de palma, una guaria morada inmensa recibía a los visitantes con la típica fragancia de una flor que para el se asemejaba mucho a la visión que de ella había tenido el día que la conoció.
Venía saliendo de clases en la UNA. Tenía prisa por tomar el bus, y no advirtió de primera instancia a la muchachita rubia que al sentarse le sonrió. Como era tarde y su relojo hacía una semana había fallecido ahogado en un viaje a la playa, tuvo la excusa perfecta para platicar con esa niña que lo miraba con arrogancia y gracia, directo a los ojos, pero de vez en cuando trazando una linea escapada a esos labios carnosos cubiertos por una barba de dos días sin rasurar, que desde el primer instante deseaban que ella solo se callara y acercase su boca a la suya....
Y ahora, tres meses después, estaba ahí, a muchos kilometros del caprichoso lugar donde la había conocido, bastante nervioso pues anteriormente solo la había visto un par de veces, y nunca se había animado a darle siquiera un beso. Pero ahora ella y su sonrisa envuelta en un vestido a media pierna, floreado y travieso cuando el aire lo golpeaba, lo invitaban a entrar y sentarse, que total ya era hora de tomar café.
El yodo ayudó mucho a relajar los nervios. Quería besarla mientras las galletas con mantequila y el pan con jalea de guayaba se deslizaba en su boca. Ella por otro lado no podía apartar la vista de sus labios, y se contenía en la silla a su lado, riendo bajito, en medio de frecuentes silencios algo incómodos, muy comunes en la gente enamorada que no sabe como acercar su cuerpo al de la otra persona.
Al terminar el café, que hacía ya rato se había enfriado en sus tazas, se levantaron y llevaron los trastes que utilizaron al fregadero. El iba a comenzar a enjuagar una taza de porcelana roja, cuando una pequeña mano contuvo la suya entrando al chorro de agua.
“tranquilo, yo los lavo”
Y el solo pudo sonreir. Hasta idiota se sentía de no ir un poco más allá luego de tantas conversaciones telefónicas que acababan casi cuando el sol iba a aparecer.
Estaba a punto de abandonar la cocina y ya se encontraba entrando en la sala cuando algo muy fuerte le hizo dar la vuelta, perdio la conciencia unos pocos segundos, y sin pensarlo la sorprendió al abrazarla con ambas manos por el abdomen, de espaldas a el, para luego depositar un beso que más bien fue un mordisco sin dientes, ahí en la parte donde termina la oreja y el cuello comienza
“gracias, amor..”, le dijo, y la soltó mientras ella con los ojos cerrados dejaba caer un pequeño plato al fondo del fregadero.
En su cuarto había de todo. Desde peluches dados hacía tiempo por novios de los cuales ya ni siquiera recordaba los nombres, hasta la foto de la niña que hacía 20 años posaba para una graduación en el jardín de niños. Había un ropero negro, de madera pesada, quizá algúna herencia familiar, y a su lado, un televisor sobre una mesita ubicada justo frente a la cama donde ella se había imaginado tantas veces que eso sucedería. Pero de imaginarse a tener al hombre que escuchaba cada noche antes de dormir, había un trecho enorme que hoy parecía increíblemente pequeño.
El deseo estaba en la carne. Y ella lo sintió cuando se abrazó a su pecho y rozó su cuerpo que ya no podía disimular las ansias contenidas desde mucho antes de tomar ese autobús. Sintió el vello masculino entre las manos cuando sus dedos se colaron por los botones de su camisa, y casi podía a su vez sentir los latidos de un corazón que ya no cabía y que en conjunto con cada uno de sus órganos gritaba por hacerla suya en ese preciso instante.
Otro de esos silencios se hizo por un momento. Movió un poco su cabeza, y pudo clavar sus ojos en esas pupilas café claro que la jalaban hacia el. Acercó aún más su cuerpo, y dejó que sus manos y dedos lo tomaran del cabello, mientras sentía como su barbilla sin rasurar clavaba pequeñas espinas en sus labios. Y todo fue sentir, porque para ese momento sus ojos estaban completamente cerrados, y se permitía abrigarlo con la piel, oler su respiración cercana, y percibir por un momento un suspiro antes de que su boca quedara prisionera en el primero de muchos besos con que el rompería tres meses de deseos y miedos.
Ya no titubeó más. La tomó de las caderas y la colocó sobre su vientre. Las bocas, los labios y las lenguas saboreaban salivas mezcladas entre respiraciones alteradas y caricias ansiosas. Reventaban desde antes de tocarse por primera vez, y eso hizo que todo fuese fácil y sencillo, como si se hubiesen amado muchísimas veces antes de aquella ocasión.
Sin verguenzas, sin pudores y sin preguntas. Ella simplemente deslizo su cuerpo hacia adelante hasta perder de vista la cara de su hombre entre los pliegues de su vestido. Se dio media vuelta, desabotonándole lentamente la camisa. Contempló el tórax y pasó sus dedos sobre el. Se mordió los labios como cuando algo nos incita a morder, y comenzó a besarlo pausadamente mientras con sus manos trataba de liberar la faja de esos jeans que la pasión abultaba. En el momento en que los pantalones cedieron, sintió como el, con los dientes, apartaba la única ropa que cubría su sexo, húmedo hacía ya rato y deseoso de esas caricias y ese contacto caliente que ya pasaba de ser un deseo a convertirse en necesidad. Sus párpados cayeron cuando su lengua la tocó.
Lo sintió dentro de ella, dentro de su intimidad, dentro de su boca, en las palmas de las manos, recorriendo sus muslos y su espalda. Lo sentía en el cuerpo y casi se podría decir que lo sentía en su alma. Cerraba los ojos y acariciaba sus muslos, en uno de muchos intentos por no gritar y desahogarse. Pero el pueblo es pequeño, tiene ojos en cada acera y en cada pared, y el placer debía ser callado, o al menos bajito.
Sus piernas temblaron aprisionándo sus rasposas mejillas, y su sexo se hizo líquido en su boca hambrienta en el primero de los orgasmos. Las ansias acumuladas provocarían lo mismo de su amante. La mezcla de sensaciones era grandiosa. El cerraba los ojos y escuchaba sus gemidos, extendia sus manos y podía sentir sus costillas contraerse al respirar, abría sus ojos y veía sus espalda, su nalgas, incluso parte de su cabello. Entregada a el en carne, eran pertenencia mutua los cuerpos y los fluídos.
Hundió su mano en un costado del colchón un momento antes de terminar...
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Ella lo acompañó hasta la puerta, y lo abrazó sin poder besarlo, con silencios largos de nuevo. Tontos, muuuuuuuy tontos! Aún no se daban cuenta que el amor y el deseo no se pueden ocultar.
“amor, tranquila yo sé donde queda la parada”
“me vas a llamar cuando llegues??”
“claro”
Y ya en ese momento le importó poco si los veían. La beso con intensidad y ella cedió. Luego de una tarde completa de amores, sexo y sudores, un beso cerraría el ciclo que un beso comenzó.
Caminó hacia el portón, y ella lo vió alejarse sonriéndole. Ese hombre la amaba, y ella tenía la seguridad de que eso que la golpeaba dentro de su pecho no era solo un simple cariño. El por su parte no sentía el cansancio en su cuerpo. Sus pulmones se llenaron del aire más dulce que jamás hubiesen aspirado, y cuando al fin la perdió de vista pensó que talvez esa aventura valía la pena, que no todo era tan imposible ni tan imperfecto. Ella sería para él si hacía las cosas bien.
Toooooooonto enamorado. El amor crea al héroe...y también al imbécil.
Cerró la puerta, y se dirigió a la cocina con un par de lágrimas atravezadas y molestas. Los puños dolían de lo apretados que estaban. El hombre querido se marchó hace un momento, y con el se llevó mucho más de lo que ella hubiese querido entregarle. Porque ahora no sabía con que cara sonreirle al hombre a quien le debía compromiso, ese que la visitaba una vez por semana, que la cambiaba los viernes por las cervezas con los amigos, los domingos por los partidos de futból, y el resto de la semana por el trabajo y los estudios. Como decirle “te amo” a alguien con labios que aún recuerdan el sabor de otro cuerpo??
El amor y el deber a veces no van de la mano. Y las manos a veces suelen soltarse si no se toman con firmeza.